Una parte de nuestra cultura es echar cuentos sobre muchas cosas: la faena en un campo, el día de trabajo, mitos, leyendas... Sentarse con tu grupo de amigos, con tus abuelos, o con una persona ya mayor en la plaza, en la sala de una casa al caer la tarde, y comenzar a relatar historias, sobre todo aprovechando el tiempo de cuaresma, donde muchos cuentos de sustos y ciertas leyendas aparecen en la conversa, para que alguno le cueste dormir o regresar a su casa teniendo que transitar kilómetros en soledad en la fría y oscura noche.
Hace poco escuchaba un relato sobre un niño y la represa por parte de un adulto de 84 años mas o menos, hablaban de un
niño que pedía que lo llevaran de La Fundación a la represa, y al dejarlo allí desaparecía,
no preste la suficiente atención en ese momento, pues mi paso fue muy fugaz e iba de afán, pero recuerdo que hablaban algo así como: lo
llaman el niño de la represa, pero al indagar por san google encontré un relato
del portal: informistico.com donde contaban esta leyenda, hoy se las comparto.
Lo llaman el niño de la represa
Amanecía y Roberto contemplaba los árboles y matorrales que
lucían brillantes y con destellos amarillentos, las cascadas, quebradas y la
exuberante vegetación poblada por numerosos pájaros que daban la bienvenida al
nuevo día. Roberto sonrió y pensó: “Todos los Lunes se me ocurre lo mismo, me
detengo a contemplar el paisaje. Espero tener una buena semana”.
Pasó La Fundación y ya en las afueras vio a la derecha de la
carretera a un niño de unos siete años; vestía alpargatas negras, pantalón de
drill y un suéter gris. El niño le hacía señas para que se detuviera. Él se
orilló y preguntó:
-- ¡Buenos días, muchacho! ¿Deseas algo?
-- ¡Buenos días, señor! ¿Me puede llevar hasta la Represa?
-- Sube.
El niño se instaló en el asiento delantero de la camioneta.
Roberto lo detalló: tez blanca y mejillas sonrosadas, ojos melados y cabello
castaño. Le preguntó:
-- ¿Cómo te llamas?
-- Benjamín, para servirle.
Roberto admiró la educación del niño y comentó, dándole la
mano:
-- Roberto.
-- Mucho gusto, señor Roberto. Estamos llegando a La
represa. Me quedo después de esa curva delante del potrero.
El niño le dió las gracias y se bajó. Cuando Roberto miró
hacia él, Benjamín había desaparecido.
Días después, Roberto, antes de regresar a su casa el fin de
semana, tuvo que hacer unas diligencias en Pregonero, y al regreso, un poco
antes de La Represa vio a Benjamín que le hacía señas para que se parara. Él le
sonrió y detuvo el vehículo, después de los saludos preguntó:
-- ¿Para dónde vas?
-- Para mi casa, vivo en La Fundación.
Hablaron todo el camino y Roberto sonreía con las
ocurrencias del niño. Un poco antes de llegar al pueblo, Benjamín le dijo:
-- Me quedo por aquí. Muchas gracias, señor Roberto. Dios le
pague. El niño salió corriendo y desapareció detrás de una pequeña casa.
Pasó el tiempo y Roberto no volvió a ver a Benjamín. Una
tarde, después del trabajo, conversaba con unos amigos y al comentar lo del
encuentro con el niño y ver la cara de sus amigos, preguntó:
-- ¿Lo conocen? ¿Pasa algo extraño?
-- Sí, Roberto. Benjamín fue atropellado por un automóvil,
cerca de donde tú lo dejaste la primera vez.
Siempre se esfuma; otras veces ocurre a la salida de
Pregonero o viniendo de La Represa y cerca de La Fundación se vuelve a perder.
En vida, siempre estaba así, de un lado para otro, pidiendo que lo llevaran.
Después de muerto continúa paseando.
Tomado del portal informistico.com
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